sábado, 14 de abril de 2007

Apoplejía.


Golpeo la puerta y espero respuesta. Por la ventana se traslucía una silueta femenina que se acercaba lenta y desididamente.
El se asomo con una gran sonrrisa a cuesta y los que estaban ahí se alegraron por su llegada. Entró con pasos titubeantes debido al alcohol ingerido unos minutos antes y mirando, contemplo una cara bastante familiar.
El lugar era pequeño y desbordaba en su ínfimo espacio un ambiente distencioso y agradable. Era un buen lugar para emborracharse, reír o llorar, más aun, por algún motivo esa casa tan conocida, denotaba algo que le desconcertaba y producía esa antigua sensación de miedo sordo. Dejo de lado ese sentimiento, se entrego, por completo al antiguo arte de beber, pero, aquel rostro seguía incólume, con sonrisa nerviosa y manos en constante movimiento desordenado.
Las historias y anécdotas se sucedían constantemente, solo se detenían en el momento de cambio de estación en el transistor. El comenzó a pronunciarse sobre unas ideas políticas que lo aquejaban y demostró con palabra simples y bien dirigidas que la única salida viable de escapatoria al sistema imperante era la tan ansiada, poco entendida e imposible anarquía. Terminando su manifiesto dijo "Es una utopía, por siempre una utopía".
Distraido por completo olvido que en un rincón con pálida luz se encontraba aquella presencia y sintió en el momento justo de pronunciar sus ultimas frases un inmenso peso en el costado derecho de su cuerpo, pues era ese sitio el flanco mas cercano a ella.
Estaba silenciosamente sentada, sostenía en su mano izquierda un vaso a medio terminar cuando llego ese hombre sonriente. No se sentía muy a gusto pues, estuvo mucho tiempo en la disyuntiva de abandonar ese cuarto, más aun, se sentía incomoda y molesta, pero por alguna razón nunca tomo la decisión de parase, decir adiós y desaparecer.
Jamas presto atención al ruido imperante, solo observaba absorta como el segundero del reloj mural seguía su interminable canción desesperada y constante, era como si por cada movimiento en el transcurso de los segundos se le escapase un suspiro o una buena intención de seguir viviendo. Pero estaba sentada y no dedicaba pensamiento alguno a lo que sucedía en su entorno, sin embargo el entró y supo el por qué de no salir disparada hacia otro lugar.
Observo largamente a ese hombre, suponiendo que en algún momento le dedicaría una mirada, un resquicio de silencio o solamente se acercara, por ello se atrevió a pedirle fuego mostrando un cigarrillo para empezar con esto el primer acercamiento. De lo que hablaron no tiene mayor importancia para ella ya que, el movía los labios y ella prestaba poco oído.
Han pasado unas cuantas horas desde que por fin estuvieron sentados muy juntos y el siempre persistia en esquivar las miradas directas, por ello mantuvo la vista en cualquier lugar distante, ya sea este el suelo, una botella los amigos o sus sudorosas manos.
La casa estaba vacía, a no ser por una pareja de novios sentados en el otro extremo. La distancia no era demasiada, sin embargo si se tomase algún instrumento de medición métrica el resultado de este seria poco objetivo, ya que todo era sublime, silencioso e increíblemente lujurioso. El había notado este cambio en el aire y ella tenia bien en claro que no existía mas nadie en este mundo que ellos. Solos los dos, solo el uno con el otro, solos con la sumatoria de uno mas uno igual uno. Solos con su deseo y nerviosismo pueril. Definitivamente ellos, todo y nada a la vez, como la sinfonía de las olas en su eterno acercamiento a la arena.
El perdió esa especie de vergüenza que era tan sabida. Siempre fue un hombre tímido, por ello se escudaba en las palabras para simular ser una persona más madura. Ella también lo era, salvo por su descollante seguridad.
Ella lo miro fijamente a los ojos y se acerco suavemente, no encontró resistencia, sino que se dejo llevar por la simpática invitación. Se besaron loca y apasionadamente por largo rato. El sol y la luna detuvieron su baile y se quedaron estáticos observando a esa pareja de extraños.
El tiempo ha transcurrido por sus rostros, el ya no teme y ella sigue sin prestar mucha atención a la palabrería de su amado, mas aun, prefiere embriagarse con observarlo, imaginar y sentir.
Las cicatrices se estacionaron en sus rostros, cabellos y cuerpos, sin embargo siguen amándose como en el primer día. Suena un cliché, pero tendrían que conocerlos para darse cuenta de la veracidad de este relato.

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