jueves, 12 de junio de 2008

Como pecas pagas.


Llegó un tanto cansado y acalorado a realizar ese maldito tramite, así que antes de entrar a la sala de espera fue a refrescarse un poco. Tomó un poco de agua y se mojó el cuello. Trató de peinar un poco aquella frondosa cabellera que tantas veces su madre dijo que se cortara. Se miró al espejo y salió.

En la pequeña sala solo estaba la secretaria, él calculó una edad aproximada de veinticinco años. Tenía un par de buenas tetas y ni hablar de su perfecta cara. Le sonrió y ella le respondió con similar gesto.

- Hola, ¿Cómo estás? El preguntó.

La muchacha no respondió de inmediato, pero lo miró insinuante y provocadoramente. Al cavo de unos breves instantes ella dijo: “Me llamo María Ester. Y tu debes ser el señor Milton”.

En el momento que ella decía su nombre él se encamino a su escritorio y de reojo observó nuevamente su pecho y se convenció que eran del porte perfecto, cabían milimétricamente en sus manos.

No es que él sea un casanova ni mucho menos un Rodolfo Valentino de los 90´s, sin embargo la suerte rondaba por el lado de su acera. Cuando era un quinceañero el contador de conquistas ya superaba los dos dígitos y ahora que ya estaba en los cuarenta la marca sobrepasaba la primera centena con gran holgura.

Está bien bueno el viejito, pensó la secretaria. Cruzó las piernas de forma insinuante y dio otra chupada a su caramelo. A Milton aquel gesto aumentó sus ganas de seguir con la conversación.

Ella le regalaba insinuantes miradas y él, inquieto, tomó la decisión de invitarla a tomar un trago a la hora de salida. Se acercó un poco más a María Ester y haciendo parecer un acto casual rozo sus largos cabellos castaños y miro hacia el computador de su escritorio. Ella estaba usando el Messenger.

- ¿Estas hablando con tu novio?

- No… son unos amigos de infancia.

- Pero… ¿debes tener un hombre que te acompañe?

- No. Estoy solterita.

Esta breve conversación acrecentó su interés y sus ganas de conseguir un sublime encuentro sexual con tan bella muchacha.

- ¡Pero que les pasa a los hombres! Como pueden dejar así a un angelito como usted.

Continuaron las sonrisas insinuadoras de María Ester, pero cuando se aprontaba a responder a su notorio pretendiente se escuchó el timbre del citófono y una voz diciendo: ¿El señor Cañas se encuentra?

Si señor. Ella respondió. Acto seguido, corto el citófono e indicó la puerta de entrada a la oficina.

Nos vemos dijo Milton al momento que le cerraba un ojo.

Cerró la puerta y se sentó de frente al hombre vestido de blanco albino.

Señor Milton. Dijo el hombre con voz pastosa.

- Los exámenes no arrojaron muy buenos resultados, los índices están demasiado altos.

- ¿Y que quiere decir eso?

- Bueno… eso quiere decir que tendremos que realizar el examen de tacto. Así que quítese los pantalones y súbase a la camilla.

Se paro de la silla y disimuladamente observó las manos de su doctor y pensó… ¡Me tenía que tocar uno con los dedos grandes!

¡Beethoven se tomó mis cervezas!

Levantó la cabeza y vio acercarse el guante de su adversario. Fue como si un relámpago chocase contra su rostro y su estruendo se sintió en cada uno de los rincones del casino. Trastabilló un poco pero se mantuvo en pie.

Sonó la campana que anunciaba el fin del octavo round y se encaminó lentamente hacia su esquina. Tenía bastante lastimadas las costillas y de su nariz goteaba a raudales la sangre.

- ¡Henry, terminemos con esta masacre, has perdido todos los round y tu cara está horrible! Déjame limpiarte.

- Charles ¿Puedes conseguirme una cita con la modelo que anuncia el próximo asalto? Mira que preciosura de hembra, Charles. Si logras que salga una noche con ella te juro que gano esta pelea.

- ¡¿Eres idiota?! ¡Con suerte te mantienes de pie y quieres salir con esa puta, Henry! Escúchame estúpido, cuando ese mejicano te golpee tírate al suelo y quédate quieto.

- Dame más agua, Charles. Voy a patearle el puto culo a ese xicano.

Se levantó de su silla y fue caminando directamente hacia su contrincante.

Henry era un tipo extremadamente fuerte y estúpidamente feo, tan feo como el ojete de un gato. Su mayor virtud era su lealtad, más leal que un apóstol. Sus defectos eran su idiotez y beber muchas cervezas. Le gustaban en demasía las cervezas, tanto como para gastarse la mitad de su sueldo en ellas.

Le faltaban algunos puntos en su coeficiente intelectual, es más, tenía un postulado que daba crédito a su imbecilidad y que competía con Platón y su “Geocentrismo” o con el “Heliocentrismo” de Copérnico. Esta filosofía la llamó “Teoría Boxcentrista”. Estimaba que el centro del universo era el box y todas las personas giraban en torno a él. Por lo tanto, y debido a su pensamiento absurdo, jamás ha conocido el candor de un vientre desnudo.

Su familia la conformaba solamente su madre, la cual era una fanática religiosa que odiaba a los homosexuales y a los comunistas. Henry también los odiaba, no sabía el porqué de su aversión, ni cuál era el motivo por el que hacía caso ciego a su madre, pero obedecía y acataba sus dogmas con una fe estricta.

Sonó la campanilla. Henry levanta la vista y un hook se aproximaba velozmente a su mentón, por ello levanta su guardia y frena el golpe, pero la mantiene dos segundos más de lo debido en alto y su contrincante, advirtiendo aquello, le asesta un poderoso golpe en el diafragma y un crochet en el rostro. Henry retrocedió por el golpe. El suelo y los espectadores empiezan a dar vueltas vertiginosamente.

Charles apretaba la toalla entre sus dedos y estaba a punto de lanzarla al cuadrilátero. Estuvo apunto de hacerlo en tres oportunidades en su vida y dos de aquellas fueron en esta pelea. No podía hacerlo. Henry lo odiaría a muerte, pero cuando su conciencia se convencía de lo útil de dar fin a esta pelea, Rodrigo “The big nose” Espinoza, el xicano, lanza un perfecto uppercut. “The big nose” levantó los brazos. Para él este era el golpe que daría por terminada la contienda. Por su cabeza y su cuerpo recorrió la sensación de euforia que experimentan los ganadores. Todo el mundo que observó la pelea por televisión no asimiló lo vivido por el público que estuvo en el casino esa noche. Fue como estar presente en algo que pasaría a la historia del box como “el mejor gancho de todos los tiempos”. Con los brazos en alto exploró las caras de los presentes en el casino y quiso creer que ahora era un hombre afortunado, tanto como un perro vagabundo que tropieza con un banquete o un filósofo que encuentra las palabras precisas para nombrar una verdad indiscutible…

Henry sólo sintió un golpe sordo. Nada más que un golpe sordo.

- ¿Qué fue eso? ¿Dónde se metió toda la gente? Y ¿Qué mierda hago acá? Tal vez esto de la pelea fue sólo un terrible sueño.

Se incorporó lastimosamente, sentía la cabeza un tanto pesada pero no tanto como para mantenerse tumbado en el piso. Una vez repuesto observó y trató de recordar dónde se encontraba. Mientras tanto en un costado de la pieza en donde se ubicaba ve a un menudo hombre con un extraño peinado sentado escribiendo.

Acercándose cautelosamente y tratando de no causar ruido alguno, pero tropezó con una pila de libros causando gran alboroto

- ¿Quien eres tú?

- Soy Henry. ¿Me puedes decir dónde diablos me encuentro y quién mierda eres?

- ¡Quién mierda soy! ¡No sabes mi nombre, hijo de la gran puta!

- Claro que no lo sé.

- Soy Ludwig van Beethoven y te encuentras en mi maldita casa.

- He escuchado antes tu nombre, sin embargo no recuerdo donde. ¿Qué haces?

- Estoy tratando de escribir mi quinta sinfonía. La tengo casi terminada pero encuentro que a la overtura le falta algo que sea extremadamente potente. Lo he intentado y he estado tres días dando vueltas en mi cuarto sin poder encontrarlo.

- ¿Has estado tres días sin salir de tu cuarto?

- Si.

- ¿Has estado tres días sin comer?

- Si.

- ¡Has estado tres días sin cagar!

- Si.

- ¡Has estado tres días sin follar!

- ¡Si, si y si!

- ¡No, no y no! Ja ja ja

- ¿De que te ríes? ¿Eres idiota?

- Bla bla bla blaaaa.

- ¡Repite eso!

- Bla bla bla blaaaa.

- Bla bla bla blaaaa.

- Cha cha cha channnnn.

- Ta ta ta tannnn.

- ¡Perfecto! Eres un genio Henry.

- ¿Qué soy que?

- Mírame Henry, ¿eres músico o un compositor?

- Para nada. Lo único que sé hacer es boxear. Es lo que hago todos los días. En las mañanas, en las noches, invierno o verano. Según Charles yo soy una maquina de golpear.

- ¿Quién es Charles?

- Bueno, es mi entrenador y mucho más que eso. Quizás lo podría llamar padre.

- No me interesa toda esta palabrería inútil. Lo único que es realmente importante es lo que acabas de descubrir. ¡Alucinante, potente y a la vez dramático! Es una oda divina y sacra. Simplemente sorprendente. Hey, Henry, acércate para darte un abrazo.

- ¡Eres homosexual, hijo de puta! ¡Aborrezco a los maricas!

- No seas idiota. Si no quieres un abrazo te puedo recompensar con lo que quieras.

- ¿Tienes una cerveza?

- ¡Claro que si! Cómo no se me había ocurrido antes. ¡Celebremos, Henry!

Beethoven se puso su peluca recién empolvada y saco algunas monedas de sus pantalones.

La expresión de Henry al ver a su amigo ponerse la peluca fue una amplia sonrisa. Trató de contener la inminente carcajada con sus manos y apretó tan fuerte su boca que no podía respirar. Al advertir Beethoven que el rostro de Henry estaba adquiriendo un tono azulado se apresuró a socorrerlo pensando que quizás se tratase de un ataque cardiaco o una convulsión epiléptica.

- ¡Que te ocurre!

- ¡Wajajaja! ¡Qué es esa porquería que tienes en tu cabeza!!Wuajajaja!

- ¡Es mi peluca!

- ¡Es muy graciosa! ¿Tienes una que me prestes?

- Claro que tengo una, es más, tengo un armario lleno de ellas. Toma esta, la acabo de empolvar y perfumar.

Al ponerse la peluca se encaminó hacia el umbral de la puerta y de ahí comenzar el tur hacia algún bar, sin embargo Beethoven se apresuró para detenerlo.

- ¿Piensas ir vestido de esa forma tan escandalosa?

- Por supuesto. Este es mi equipo de box. No me lo saco nunca y esta no será la oportunidad.

- No puedes ir por la calle con esos pantalones tan extraños y mucho menos ir mostrando tu torso. ¡Si estás casi desnudo!

- ¡No me la sacaré!

- Si gustas, puedo darte algo de vestir, por último ponte una camisa.

- La camisa la acepto, nada más que eso.

- De acuerdo.

Tomó la camisa, la abrochó hasta el cuello y salieron.

La gente en las calles volteaba la vista para ver a este hombre que vestía zapatillas negras, pantalones cortos blancos con líneas verticales verdes, camisa blanca con blondas y por supuesto una peluca. Recorrieron unas cuantas los suburbios de Viena hasta llegar a un bar llamado Herr Krug. Abrieron la puerta, observaron y entraron en el local.

- ¿Te gusta Henry? Suelo venir a este bar, aunque no me gusta su aroma. Siempre se te impregna el olor a fritura en tus ropas.

- Me da igual ¿Qué tal es la cerveza acá?

- No es de las mejores pero por el precio está bien.

Estuvieron bebiendo toda la tarde. Beethoven trató de explicarle algunos detalles sobre la composición musical, en cambio Henry solo se limitaba a escuchar y encontrar que el tema era en extremo aburrido, por ello cada vez que había algún silencio en la conversación él aportaba con algo de box o con alguna acotación sobre la gente del bar.

- ¡Bet, este local apesta! No hay ninguna mujer a quien observar, incluso lo más parecido a una es aquel gordo sentado en la barra.

- ¿Por qué dices que se parece a una mujer?

- Pobre Bet. Pasas demasiado tiempo escribiendo porquerías. Deberías encontrar una esposa o algo parecido. Si te fijas bien ese gordo tiene las tetas más grandes que Marilyn.

- Eso es mentira, Henry…

En el momento en que Beethoven se aprontaba a confrontar lo dicho por su contertulio apareció el hombre que atendía la barra pregonando que ya era hora de cerrar.

Solamente les quedaba una cerveza en la mesa y ésta era de propiedad de Henry.

- ¿Piensas beberte toda esa cerveza, Henry o quieres compartirla?

- ¡Ni muerto comparto mi cerveza!

- Pero solamente queda una y yo no tengo más dinero.

- Ese es problema tuyo.

Beethoven se paró de la mesa disgustado, cogió la cerveza y salió corriendo del bar. Al advertirlo, Henry dio un salto y salió disparado tras el ladrón. La condición física estuvo a favor del deportista y en la siguiente esquina le dio alcance.

- ¡Entrégame la puta cerveza!

- Te he pagado una infinidad de alcohol durante todo el día y tú ni siquiera tienes el decoro de compartirla ¡Eres una mal educado!

- ¡Me importa una mierda cochino amanerado, esa cerveza es mía y si no me la entregas juro que éste será tu último día de vida!

- Se me olvidaba que eres un animal. No sabes absolutamente nada, en lo único que piensas es el golpear ¡Troglodita!

- ¡Trogdomierda!

Tomó por el pecho a Beethoven, pero éste logró zafarse. Retrocedió dos pasos y bebió de un gran sorbo todo el contenido de la botella. Henry estaba más que furioso y se abalanzó en contra del usurpador…

Siete.

Ocho.

Nueve.

Recobró la conciencia y se paró rápidamente de la lona. El árbitro le preguntó si se encontraba en condiciones de continuar la pelea mientras trataba de examinarle los ojos, pero no pudo hacerlo, ya que Henry avanzó presurosamente hacia “Big nose” y de un poderos gancho lo noqueó.

El público enmudeció al ver la rápida recuperación y del raro vuelco que dio la pelea.

El árbitro comenzó el conteo y el hombre tirado en el piso no movía un solo dedo. Henry fue hacia su esquina y se sacó el protector de su boca.

- ¡Ese es mi chico, cómo lo hiciste Henry! Ese fue un gancho perfecto.

- ¡No me hables Charles!

- ¿Que no te hable?, pero si acabas de ganar lo que era imposible y ahora vamos por el título. Vamos a ponerle fecha a la próxima pelea y le ganaremos el cinturón a ese maldito cubano.

- Ni cubanos ni nada.

- ¿Quieres quitarle el cinturón a Milton “Super Bown” Cañas o no?

- ¡Lo único que quiero es matar a Beethoven!

- ¿Que vas a matar a quién? ¡Si a ese ya no le quedan ni los huesos en su tumba!

Pasó por entre las cuerdas y salió gritando. El público, el árbitro y los comentaristas de la pelea jamás comprendimos. De lo único que si estamos seguros es de la singular frase que gritó este singular boxeador.

¡Beethoven se tomó mi cerveza!