Quizás suene como un mito o una de esas historias que se pierden en la memoria colectiva, sin embargo yo lo vi y lo viví, demasiado, tanto como para recordarlo...
Recuerdo perfectamente el día en que empezó a frecuentar este boliche. Era un día cualquiera, ni frío ni caluroso, uno de esos que simplemente pasa, pasan sin dejar huellas o anécdotas que contar a futuras generaciones. El viejo de ojos azules se acerco a la barra con una mirada triste, una mirada que demuestra haber sufrido horrores, pero, existía un nube de insondable y oculta alegría en aquellos ojos, quisas la podriamos llamar "Libertad".
Tomo su chaqueta, la puso en el respaldo de la silla mas alejada del mundo, justo en la esquina opuesta al bullicioso wurlitzer. Saco unas monedas de su bolsillo y solicito la canción numero 0310, la cual era "Volver". Sin titubear se me acerca y pide un vaso de vino, lo sirvo y este es el punto de partida de su historia, ya que me dice con una voz gastada y grabe "A la salud de un tango".
Era el habitante mas extraño de este tugurio. Jamas se mezclo con el grupo de alcohólicos residentes, ni mucho menos con el clan de visitantes flotantes que frecuentaban mi bar. Repito que era un extraño, debido a que nunca oímos otras palabras que su mítico "A la salud de un tango". Ademas se diferenciaba ostensiblemente con los gustos musicales comunes en este lugar. El no, no le interesaban las cumbias o las populares rancheras, para él su vicio era el tango. Un día "Caminito", al siguiente "Cambalache" y al otro "Por una cabeza". Solo una canción por día y lo sobrante de su fortuna lo consumía en vino.
Así transcurrieron los años y cada uno dejo marcas en nuestros cuerpos, pero, él viejo era inmune al tiempo, por él, el transcurso silencioso de las horas no era mas que una muestra de estar vivo, en cambio (para nosotros) el avanzar constante del segundero nos indicaba con crueldad el asecho de una dolorosa e inevitable muerte
Sus ojos se llenaron de mundos imaginarios y hasta algunos se atreven a decir que lo vieron hablar con los perros, y en realidad eran estos su única patria.
A nosotros el tango comienza a gustarnos, pero nadie era capaz de solicitar uno ya que, era esta una facultad inalienable de él viejo. Por esta razón compre algunos discos y los puse en la maquina a la espera de ser elegidos en la lotería diaria. El viejo se dio cuenta de aquello y me respondió con una amplia sonrisa, el inclinar de su cabeza y una reverencia con su sombrero de ala ancha.
Un día y sin aviso previo dejo de frecuentar el bar y solo por una fotografía en el diario local supimos de su muerte. En el periodico aparece una nota sobre su desaparición y muerte, además de un retrato con una enorme familia, en aquel retrato todos sonreian, bueno, como es usual en todas estas fotografías ya que, solo se retrata para recordar una antigua risa, como para traer a la memoria los instantes en que rosaron la felicidad y vuelven a verlas solo para decir con pesar que los años pretéritos siempre fueron mejores. El viejo en aquella foto aparece con la vista perdida y se observa a la distancia que estaba pasando por un momento critico de su existencia. Es paradójico que él viejo encontrara en una taberna y en el son de un tango el sosiego a su alma compungida.
Su familia era de muy buen pasar, mas aun por alguna rara razón dejo el caviar por las sobras y el cabernet sauvignon por el vino en caja.
A su entierro solo asistieron unos cuantos familiares cercanos (quizas sentian vergüenza), pero, los guardias del cementerio tuvieron muchos problemas al ahuyentar la manada de perros vagabundos que infectaron el campo santo.
El día de su sepelio el silencio se apodero de mi bar y solo fue interrumpido por un borracho que se atrevió a gritar "Mierda maricones!!!! A la salud de un tango!!!!". Todos lo seguimos alzando nuestras copas en señal de ofrenda, pero el primer trago fue a parar al suelo, suelo que ahora es la nueva patria de él viejo. Las siguientes copas fueron a parar directamente a nuestros paladares sedientos.
Desde aquel día el tango no ronda por estas melancólicas paredes . El tango murió con él viejo, al igual que los instantes de profunda paz que nos regalaba diariamente el hombre sentado detrás de la mesa opuesta al wurlitzer.
Recuerdo perfectamente el día en que empezó a frecuentar este boliche. Era un día cualquiera, ni frío ni caluroso, uno de esos que simplemente pasa, pasan sin dejar huellas o anécdotas que contar a futuras generaciones. El viejo de ojos azules se acerco a la barra con una mirada triste, una mirada que demuestra haber sufrido horrores, pero, existía un nube de insondable y oculta alegría en aquellos ojos, quisas la podriamos llamar "Libertad".
Tomo su chaqueta, la puso en el respaldo de la silla mas alejada del mundo, justo en la esquina opuesta al bullicioso wurlitzer. Saco unas monedas de su bolsillo y solicito la canción numero 0310, la cual era "Volver". Sin titubear se me acerca y pide un vaso de vino, lo sirvo y este es el punto de partida de su historia, ya que me dice con una voz gastada y grabe "A la salud de un tango".
Era el habitante mas extraño de este tugurio. Jamas se mezclo con el grupo de alcohólicos residentes, ni mucho menos con el clan de visitantes flotantes que frecuentaban mi bar. Repito que era un extraño, debido a que nunca oímos otras palabras que su mítico "A la salud de un tango". Ademas se diferenciaba ostensiblemente con los gustos musicales comunes en este lugar. El no, no le interesaban las cumbias o las populares rancheras, para él su vicio era el tango. Un día "Caminito", al siguiente "Cambalache" y al otro "Por una cabeza". Solo una canción por día y lo sobrante de su fortuna lo consumía en vino.
Así transcurrieron los años y cada uno dejo marcas en nuestros cuerpos, pero, él viejo era inmune al tiempo, por él, el transcurso silencioso de las horas no era mas que una muestra de estar vivo, en cambio (para nosotros) el avanzar constante del segundero nos indicaba con crueldad el asecho de una dolorosa e inevitable muerte
Sus ojos se llenaron de mundos imaginarios y hasta algunos se atreven a decir que lo vieron hablar con los perros, y en realidad eran estos su única patria.
A nosotros el tango comienza a gustarnos, pero nadie era capaz de solicitar uno ya que, era esta una facultad inalienable de él viejo. Por esta razón compre algunos discos y los puse en la maquina a la espera de ser elegidos en la lotería diaria. El viejo se dio cuenta de aquello y me respondió con una amplia sonrisa, el inclinar de su cabeza y una reverencia con su sombrero de ala ancha.
Un día y sin aviso previo dejo de frecuentar el bar y solo por una fotografía en el diario local supimos de su muerte. En el periodico aparece una nota sobre su desaparición y muerte, además de un retrato con una enorme familia, en aquel retrato todos sonreian, bueno, como es usual en todas estas fotografías ya que, solo se retrata para recordar una antigua risa, como para traer a la memoria los instantes en que rosaron la felicidad y vuelven a verlas solo para decir con pesar que los años pretéritos siempre fueron mejores. El viejo en aquella foto aparece con la vista perdida y se observa a la distancia que estaba pasando por un momento critico de su existencia. Es paradójico que él viejo encontrara en una taberna y en el son de un tango el sosiego a su alma compungida.
Su familia era de muy buen pasar, mas aun por alguna rara razón dejo el caviar por las sobras y el cabernet sauvignon por el vino en caja.
A su entierro solo asistieron unos cuantos familiares cercanos (quizas sentian vergüenza), pero, los guardias del cementerio tuvieron muchos problemas al ahuyentar la manada de perros vagabundos que infectaron el campo santo.
El día de su sepelio el silencio se apodero de mi bar y solo fue interrumpido por un borracho que se atrevió a gritar "Mierda maricones!!!! A la salud de un tango!!!!". Todos lo seguimos alzando nuestras copas en señal de ofrenda, pero el primer trago fue a parar al suelo, suelo que ahora es la nueva patria de él viejo. Las siguientes copas fueron a parar directamente a nuestros paladares sedientos.
Desde aquel día el tango no ronda por estas melancólicas paredes . El tango murió con él viejo, al igual que los instantes de profunda paz que nos regalaba diariamente el hombre sentado detrás de la mesa opuesta al wurlitzer.